En busca del entrenador de formación ideal

Koldo Tellitu

Autor: Koldo Tellitu

No cabe duda de que vivimos en una sociedad competitiva, y que uno de sus reflejos, es la querencia que tenemos por realizar, con cierta frecuencia, todo tipo de clasificaciones, hoy es el mejor disco, mañana la mejor película o libro y claro nuestro mundo, el del baloncesto no es ajeno a esta tendencia y gustamos de todo tipo de clasificaciones, mejor equipo, mejor jugador, pista de juego, mejor competición…, todas ellas con sus dosis de objetividad y subjetividad, suelen generar debate normalmente entre un número limitado de opciones, excepto y muy especialmente una, la de los entrenadores.

Y, ¿cuál es la causa? Los parámetros mediante los cuales los clasificamos son numerosísimos, y comprobamos que cuando se abre un debate en torno a quiénes son los mejores entrenadores de un determinado territorio, los entrenadores citados varían casi en su totalidad de una persona del mundo del basket a otra.

Y así llegamos a tener incluso diversas clasificaciones para este colectivo, los mejores del basket profesional, del basket amateur y los mejores del basket de formación, cada una de ellas con sus parámetros distintos. Voy a detenerme en la última, los mejores entrenadores del basket de formación.
En este ámbito, se suele abrazar con mucha frecuencia la romántica idea de considerar como mejor entrenador, a aquel que consigue hacer un buen equipo a partir de unos jugadores de no demasiado nivel, o que consigue llevar un equipo de resultados mediocres al éxito. Vamos, el que consigue llevar a la vida real lo que vimos en “Hoosiers” de David Anspaugh y convertirse en un nuevo Gene Hackman. Quienes abrazan esta teoría, suelen incluso considerar que cualquier entrenador para ser reconocido, necesita pasar por esta prueba de superación personal/colectiva, con éxito.

No seré yo quien no reconozca, que éste es uno de los parámetros para considerar que un entrenador es “bueno”, pero en mi opinión, no pasa de ser uno de los existentes para determinar la valía de un entrenador. Y así conviven con éste, otros tremendamente validos, incluso más importantes a mi juicio, a la hora de considerar a un entrenador de formación como un “buen” entrenador.

Ese entrenador que consigue ilusionar con nuestro deporte, a todos y cada uno de los jugadores que entrena, y hace de ellos grandes amantes/seguidores del mismo para toda la vida, aún y cuando no consiga grandes resultados individuales o colectivos. Y si este entrenador consigue asimismo enganchar/implicar a las familias de los jugadores, habrá realizado a mi entender un trabajo excepcional en favor de nuestro deporte.

Seguimos, con aquel que consigue que sus jugadores se crean a pies juntillas su apuesta baloncestística y estén dispuestos a darlo todo por ella, ése que dice a su jugador más destacado en ataque, que hoy toca apechugar en defensa y consigue que realice esa labor, con la misma ilusión con la que anota otros días. Ése que consigue que con una simple mirada, el jugador sepa que quiere en cada momento y además lo haga, ése que cada vez que hace un cambio, consigue que el jugador que vaya al banquillo, lo haga satisfecho de su labor.

Un clásico, el que mejora los fundamentos individuales de sus jugadores de manera espectacular y consecuencia de ello, saca jugadores con proyección, por encima de éxitos colectivos, en categoría de formación. Ése que dedica horas a la mejora minuciosa de cada gesto técnico de sus jugadores, en detrimento de la planificación táctica del siguiente partido, que no se aburre de corregir esos pequeños defectos de sus jugadores y que tiene como mayor recompensa, ver a sus jugadores ejecutar ese movimiento, cientos de veces repetido en los entrenamientos, en el partido del fin de semana.

Aquel que dispone de una gran plantilla de jugadores y consiguen que trabajen por el equipo y no para el lucimiento personal y logra confirmar las expectativas que existían en torno al equipo. Este entrenador, asume el riesgo de ser criticado por no lograr los objetivos a los que su gran equipo está llamado, con el añadido de que incluso lográndolos, no sea valorado en su medida, por concederse todo el mérito a sus jugadores. La gestión de los egos será el gran reto que tenga que afrontar este entrenador.

Uno para avanzados, el entrenador que innova en sus planteamientos de partido, ese entrenador al que cada vez que ves jugar a su equipo, te está dando un clinic de cómo gestionar los cambios de jugadores, cómo alternar defensas, sistemas de ataque… Éste suele resultar un poco incomprendido en las categorías de formación, en las que parece que todos los equipos tengan que salir a cuerpo descubierto y las variaciones tácticas son consideradas, más como estratagemas que vulneran alguna especie de código de honor, que como recursos de entrenador preparado.

Algún otro parámetro más para determinar la valía de un entrenador en categorías de formación seguro que existe, pero creo que los citados son los mas importantes a mi entender, y así, aquel entrenador que consiga concentrar todas las virtudes que he expuesto, podría parecer que es el no va más, pero seguro que todavía aquí existirá debate y mas de uno consideraría el mejor a aquel que tenga alguna de las características que he expuesto, en grado superlativo.

Después de toda esta disertación, hora de simplificar y reafirmar, que para mí, en un entrenador, lo más importante seguirá siendo conseguir que sus jugadores hagan suya la idea recogida en el titulo del libro en que John Wooden nos ofrece su visión del mundo del baloncesto, “They call me coach”, yo, aunque han pasado unos cuantos años y he tenido unos cuantos entrenadores, hoy es el día que sólo lo digo de uno y permítaseme el homenaje, de Txema Kapetillo.

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